Nos han enseñado que nuestra mente se divide en dos: El inconsciente y el consciente. El primero ocupa la mayor cantidad de espacio, mientras el segundo es mucho más reducido. La tarea que tenemos permanentemente es irle ganando más espacio al segundo, con el único propósito de que logremos que nuestros actos se hagan con verdadera consciencia. En el transcurso de la vida normalmente actuamos de la mano del “automático”, es decir, es el inconsciente el que nos direcciona y sin darnos cuenta, permanentemente tomamos decisiones con base en lo que hay allí guardado. Eso que ha sido almacenado durante muchos años sin ningún tipo de filtro, pero que nos permite sobrevivir sin mayores esfuerzos. 

Allí hay cosas importantes, pero en su gran mayoría no lo son, llegando en muchos casos a convertirse en creencias limitadoras que nos impiden no solo actuar con libertad, sino también tomar nuestras propias decisiones, moldeando nuestra vida sin darnos cuenta.

A partir de este panorama, que no es el más halagador, se hace imperativo que ante cada situación nos detengamos y asumamos una actitud mucho más reflexiva, a través de la cual entendamos el verdadero sentido de las cosas, logrando avanzar con más claridad, ganándole terreno al inconsciente.  

Para hacer consciencia hay que vivir más despacio, tomando las decisiones con más juicio y más responsabilidad. Permitiéndonos además, la maravilla de ver con los oídos, oír con los ojos, y reflexionar sobre todo lo que se nos va presentando. No se alcanzan a imaginar la magia que trae consigo el poder observar haciendo consciencia. Valoramos y entendemos mucho más a las personas, apreciamos de una manera especial la naturaleza y todo lo que tenemos a nuestro alrededor, logrando por supuesto, vivir mucho más felices.  

Hacer consciencia también nos libera, ya que nos garantiza entender el por qué y el para qué suceden las cosas. Nos permite además pedir cuentas, no tragar entero, exigir coherencia, incluso nos da la posibilidad de cambiar nuestras posturas, como resultado de ese ejercicio que de muy buena manera el famoso sicólogo Adam Grant ha denominado “Piénsalo Otra Vez”. 

El fanatismo ciego que vemos en la política actual, por ejemplo, es precisamente el resultado de no hacer consciencia, de no detenernos a pensar de verdad en cada una de las cosas que nuestros líderes, muchas veces irresponsablemente, se atreven a proponer, manifestar, defender y pregonar. Definitivamente lo que no puede seguir pasando, es que gracias a esto sigamos actuando como borregos y por no hacer consciencia, asumamos que todo lo que nos dicen es verdad, con el equivocado concepto que se fundamenta en que simplemente debemos seguir al “mesías” de turno porque sí, sin entender si quiera que lo que está proponiendo es absurdo o imposible de cumplir. 

Esto también se ve reflejado en el mundo empresarial, donde nos han vendido múltiples teorías sobre la forma de asumir los liderazgos, gerenciar y generar valor a nuestras empresas, cayendo en el error de asumirlas como si fueran totalmente infalibles, por el solo hecho de no detenernos a hacer consciencia sobre sus contenidos. 

Solo quien hace consciencia aterriza y deja de ser del montón; y como bien lo decía mi madre: “Qué pereza ser del montón!!!!”. Tomemos el control y aprovechemos la maravillosa posibilidad que tenemos en la vida de hacer consciencia; así garantizamos que dejen de manipularnos, siendo nosotros los únicos responsables de asumir el presente y construir un mejor futuro.

 

Luis Guillermo Buitrago Castro

Comunicación Estratégica y Liderazgo

luisgbuitrago@gmail.com

www.luisguillermobuitrago.com

 

© Luis Guillermo Buitrago. Derechos reservados.
Terminos de uso | Politica de privacidad | Creado por CASTAÑO360