A lo largo de la vida, en los diferentes escenarios en los cuales nos movemos, tropezamos con diferentes estilos de liderazgo, que bien o mal influyen directamente en la sociedad. Unos ejercidos por seres autoritarios, otros fundamentados en un ego desmedido, algunos desesperados por el ejercicio de un poder desproporcionado, al punto de trabajar sólo para su propio beneficio; y por fortuna, una buena cantidad que procura el desarrollo de un verdadero liderazgo integral. 

Dentro de estos estilos de liderazgo, nos encontramos con líderes que no necesitan levantar la voz para ser escuchados. No dirigen desde la autoridad ni buscan el reconocimiento a través del aplauso. Lideran desde la coherencia silenciosa de sus acciones, desde la fuerza tranquila y serena que transmite quien inspira sin imponer. Son los líderes invisibles, aquellos cuya influencia no se nota a simple vista, pero se siente en el ambiente, en la cultura, y en el comportamiento cotidiano de los equipos.

Son este tipo de liderazgos los que confirman que el ejemplo habla más que la voz, sobre la base de un modelo de vida en el cual la congruencia es su mejor carta de presentación.

En un mundo donde el ruido se ha convertido en símbolo de éxito y la visibilidad parece sinónimo de liderazgo, este tipo de líderes nos recuerda que la verdadera transformación no se grita, se encarna. Que los valores no se declaran, se viven. Y que la confianza no se exige, se construye paso a paso, gesto a gesto.

El liderazgo invisible nace del ser, no del cargo. Es la consecuencia natural de una vida interior trabajada, de una conciencia clara sobre el propósito y de una humildad que entiende que el protagonismo personal muchas veces estorba al propósito colectivo. Son los líderes que preguntan más de lo que afirman, que escuchan más de lo que hablan y que prefieren compartir el mérito antes que retenerlo.

No podríamos estar más de acuerdo con Winston Churchill, que cuando pronunció una de sus famosas frases: “El problema de nuestra época es que los hombres no quieren ser útiles sino importantes”.

En tiempos de egos inflados y liderazgos de fachada, necesitamos más de estos líderes discretos, capaces de dejar huella sin dejar sombra ni cicatrices. Porque cuando el ejemplo habla, las palabras sobran; y cuando la coherencia guía, la confianza florece.

El liderazgo invisible no busca seguidores, su objetivo es formar líderes. No depende de la visibilidad, sino de la autenticidad. Y su mayor logro no es ser recordado, sino haber ayudado a que otros descubran la mejor versión de sí mismos.

Los invito a que hagamos nuestros estos modelos de buenos liderazgos, fundamentados en la humildad, obviamente en aquella que es bien entendida; donde a partir del ejemplo y sin mayores aspavientos, impactemos con buenas prácticas, fundamentadas en unos valores poderosos, la vida de quienes nos rodean y tienen la oportunidad de acercarse a nosotros por cualquier tipo de circunstancia. 

 

Luis Guillermo Buitrago Castro

Comunicación Estratégica y Liderazgo

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