El que quiere pescado que se moje los pies, decía mi abuela; o como dirían en una reconocida lotería colombiana, “Para ganarla hay que comprarla”. En otras palabras, somos nosotros los únicos encargados de que las cosas pasen, y para que ello ocurra debemos movernos, hay que actuar, ratificando que somos los verdaderos responsables de lo que nos pueda llegar a ocurrir; definitivamente nadie lo hace por nosotros. Y bajo esta premisa, es impensable que nos sentemos, manicruzados, a esperar que las cosas sucedan sin hacer lo mínimo para lograrlo.  

Claro está, y vale la pena advertirlo, que esto puede ocurrir en algunos casos por temor, inseguridad o desconfianza, y en otros por física pereza. Esto aplica para todos los escenarios y a diferentes niveles. Por ejemplo, en la vida cotidiana, nos encontramos todavía con unos personajes dignos de cualquier película de terror, donde el protagonista es el típico aprovechado, acostumbrado a que todo se lo hagan, unos oportunistas en todo el sentido de la palabra, que al final de la vida se convierten en seres despreciables, aprovechados y perezosos que poco hacen por generar valor y participar en la construcción de una mejor sociedad. 

En el campo profesional y laboral, sí que es válido el titular de esta columna. Es claro que uno de los retos más grandes que tenemos en cualquier momento de la vida es pasar de la idea a la planeación y por supuesto a la ejecución.  Tenemos unas ideas maravillosas, dignas de una incubadora patrocinada por la Nasa, incluso muchas veces logramos pasar al siguiente nivel, a la planeación para llevarlas a cabo; pero al momento de cristalizarlas se nos daña el caminado. No encontramos la ruta o simplemente por llenarnos de pánico hacemos todo lo posible por no encontrarla. 

Partiendo de todo lo anterior, es fundamental entender que hoy más que siempre la diferencia se marca en la ejecución, es ahí donde encontramos los verdaderos liderazgos, esos que son prácticos, inspiradores, con resultados y con una enorme generación de valor. 

Otro claro ejemplo de lo que no puede pasar es lo que vemos en la actividad política, donde es muy frecuente ver la diferencia que hay entre un candidato y un elegido en ejercicio; por lo general los candidatos son unos “fuera de serie”, cargados de promesas e ideas espectaculares, que al salir elegidos poco más hacen por desarrollarlas y llevarlas a la práctica, o peor aún, aprovechan la oportunidad para lucrarse descaradamente. Este es un buen punto para tener muy en cuenta en el 2022.

Por eso quiero invitarlos a que seamos atrevidos, asumamos riesgos, dejemos de esperar que los demás hagan las cosas por nosotros. No podemos estar condenados al fracaso por el solo hecho de quedarnos estáticos. Siempre será mejor arrepentirnos de lo que hicimos y no de lo que hemos dejado de hacer, esto último es el reflejo más grande de la mediocridad. 

Qué dicha que pudiéramos generar una alergia colectiva a las zonas de confort. Estaríamos rodeados de gente que asume retos permanentes para salir adelante, de personas con una sana ambición, llenos de pasión y persistencia, en continua actividad, con esa mentalidad emprendedora tan necesaria en nuestra sociedad. 

Marquemos la diferencia, manos a la obra.

 

Luis Guillermo Buitrago Castro

Comunicación Estratégica y Liderazgo

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